Imagen cogida de la red
MOMENTUL
PRIVEGHERII
Blues de seară,
fără culoare e fisura din matrița balcoanelor. Lumina, singură,
timpul și
temerile sale, vârsta atârnând de apendicele pietrelor funerare.
Privegherea se
aseamănă cu o încăpere cu ceasuri aflate în dezordine,
[fără vreun pendul,
doar cu ușița
salivei, sau vreo bărcuță de hârtie în alb și în negru.
Pășesc cei fără de
măști, atinși de zigzag-ul rupt al ferestrelor.
(Alunecă
perucile, latrina porilor durerii și timpul la acest orizont unde
există o
nouă generație de granit. Răstoarnă viscerele și peisajul
tragediilor
familiare, pleoapele lipite de ridurile lente de sare.
Alături de
creasta visului, sunt limpezi minutele morților.
Peste
gardurile de sârmă stau umbrele disecate precum impasibilității.)
Pe fiecare mâner al
umbrelelor sângerează o mână: mereu par ciudate
distanțele,
prologul zilei pentru a pune capăt tuturor relelor.
Cineva se simte
exilat chiar și înlăuntru geamurilor.
Găzduirea în
amurgul zilei de mâine e incertă.
Deschid ochii
pentru a aprecia infinitul; mai mult, sculptorul realității,
zilele pline de
carii, sau ciorile oarbe de pe candelabre.
Ceva mușcă sexul
purificat al cenușei: nodurile ceții, canelurile
întunericului pe
sub eucalipții plini de tristețe.
Dinspre durere
direct spre orizont, cineva învață formula tristeții,
așa cum se uzează
informațiile la buletinul de știri, sau pur și simplu pestilență.
Pe mapa privegherii
deslușesc în primul rând propriu-mi lințoliu.
© Traducerea Andrei Langa
JUEGO DE LA VIGILIA
Blues de tarde esta descolorida grieta en la
tipografía de los balcones. Luz, sola,
el tiempo y sus miedos, la edad colgando de los apéndices de las lápidas.
La vigilia suena a una cámara de relojes desordenados, sin más péndulo
que el postigo de saliva, o algún barquito de papel en blanco y negro.
Caminan los antifaces tiznados por el zigzag roto de las ventanas.
(Patinan las pelucas, el retrete de los poros del dolor y el tiempo en este horizonte
el tiempo y sus miedos, la edad colgando de los apéndices de las lápidas.
La vigilia suena a una cámara de relojes desordenados, sin más péndulo
que el postigo de saliva, o algún barquito de papel en blanco y negro.
Caminan los antifaces tiznados por el zigzag roto de las ventanas.
(Patinan las pelucas, el retrete de los poros del dolor y el tiempo en este horizonte
donde hay una nueva generación de
granito. Retumban los vientres y el paisaje
de las tragedias familiares, los párpados cosidos por lentas arrugas de sal.
Junto al acantilado del sueño, son claros los minutos de las defunciones.
Sobre las alambradas las sombras disecadas como la hoja de lo imperdurable.)
En cada hueso del paraguas sangra la mano: siempre resultan extrañas
las distancias, el prólogo del día para confinar todos los maleficios.
Uno se siente desterrado aun dentro de las ventanas.
El regazo atardecido de mañana es incierto.
Abro los ojos para aquilatar el infinito; encima, el picapedrero de la realidad,
los días enroscados en la polilla, o los cuervos ciegos de candelabros.
Algo muerde el sexo purgado de la ceniza: los enredos de la niebla, los surcos
de oscuridad debajo de los eucaliptus llenos de aflicción.
Desde el duelo sin riendas en el horizonte, uno aprende el álgebra de la tristeza
como se hace con las noticias de los telediarios, o simplemente entre hedores.
A través del mapa de la vigilia, vislumbro después de todo, mi propia mortaja.
Barataria, 2015
de las tragedias familiares, los párpados cosidos por lentas arrugas de sal.
Junto al acantilado del sueño, son claros los minutos de las defunciones.
Sobre las alambradas las sombras disecadas como la hoja de lo imperdurable.)
En cada hueso del paraguas sangra la mano: siempre resultan extrañas
las distancias, el prólogo del día para confinar todos los maleficios.
Uno se siente desterrado aun dentro de las ventanas.
El regazo atardecido de mañana es incierto.
Abro los ojos para aquilatar el infinito; encima, el picapedrero de la realidad,
los días enroscados en la polilla, o los cuervos ciegos de candelabros.
Algo muerde el sexo purgado de la ceniza: los enredos de la niebla, los surcos
de oscuridad debajo de los eucaliptus llenos de aflicción.
Desde el duelo sin riendas en el horizonte, uno aprende el álgebra de la tristeza
como se hace con las noticias de los telediarios, o simplemente entre hedores.
A través del mapa de la vigilia, vislumbro después de todo, mi propia mortaja.
Barataria, 2015
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